Algunos le consideraban como mero representante de los intereses de los patanes (rednecks) estadounidenses. Pero Donald Trump está resultando ser el más listo de la clase. Si se compara la suya con la actuación de anteriores presidentes, su aceptación popular se mantiene en un nivel alto a estas alturas de su mandato (alrededor del 42%, según YouGov). No sería aventurado pronosticar que su apoyo pueda aumentar en el corto plazo, aunque algunos pudieran pensar que su capital político estaba amortizado. O que es un político episódico y populista condenado al olvido. Quizá habría que refinar los análisis.
Un punto de inflexión de su venturosa presidencia ha sido la aprobación de su ambiciosa reforma fiscal a fines de 2017 (51 votos a favor por 49 en contra en el Senado), lo que permitiría expandir el déficit público en 1,5 billones (millones de millones, o trillones en la jerga anglosajona) de dólares en los próximos 10 años. La reforma incluye recortes de impuestos temporales para los contribuyentes más pudientes, así como reducciones tributarias permanentes para las corporaciones. Ello se ha reflejado en unas disminuciones en el tipo del impuesto de sociedades del 35% al 20%, así como en una reducción del tope para las rentas más altas (del 39,6% al 35%).
Según las proclamas de Trump tales ‘rebajas’ fiscales estimularán la actividad productiva, la inversión financiera y promocionarán el crecimiento económico general en EEUU. Todo ello debería revertir en nuevas inversiones y en prosperidad para el conjunto social estadounidense. Se cumpliría, de tal manera, el propósito expresado en su eslogan electoral presidencial de 'Haz que Estado Unidos sea grande otra vez' ('Make America great again'). Tal lema de campaña expresaba genuinamente, y con gran economía de palabras, el carácter reaccionario de su populismo. Cabe recordar que “reaccionario” es un término referido a ideologías o personas que aspiran a instaurar un estado de cosas anterior al presente. Y eso es lo que Trump ofreció a los electores estadounidenses, es decir, una reacción para recuperar lo que no sólo los rednecks consideran su grandeza perdida, sino un eficaz modo de demostrar quién está dispuesto a hacer prevalecer el poderío de los EE UU por encima de cualquier otra consideración.
Tras la reforma fiscal de Trump, Apple ha decidido la ‘repatriación’ de sus ganancias en efectivo que venía manteniendo en diversos países del mundo. Hasta un 94% del efectivo total de 269 millardos de dólares (miles de millones), cantidad que mantenía fuera de EEUU, se ingresarán en la caja del Tesoro estadounidense. En base a la ‘amnistía’ parcial aprobada por la reforma fiscal de Trump, Apple pagará al fisco estadounidense la ‘reducida’ cantidad de 38 millardos de dólares. Una cifra equivalente, por motivos ilustrativos, a la cuarta parte del coste anual de las pensiones en España.
Se cumpliría, así, el objetivo de Trump acuñado en otra de sus proclamas electorales: ‘Primero los Estados Unidos’ ('America first'). El deseo de ‘repatriar’ y cerrar fronteras para promocionar empleos domésticos cabe ser considerada como algo más que una estrategia de autointerés. En realidad a Apple y al capitalismo trumposo les sigue interesando la globalización, siempre y cuando obtengan beneficios de ello. Otro asunto son las implicaciones para los países que se ‘abandonan’ fiscalmente y donde se han extraído ingentes beneficios y plusvalías de la venta de sus productos multinacionales.
Es oportuno recordar que en mayo de 2016 la UE reclamó a Apple el abono de 13.000 millones de euros en impuestos no pagados a Irlanda, por considerar que el pacto fiscal que Dublín había ofrecido a la multinacional debía considerarse como una ayuda ilegal de Estado. Las críticas de otros socios comunitarios a Irlanda se basaban en el hecho de que el Tigre Celta podría atraer a grandes empresas de matriz estadounidense con fiscalidad ventajosa y flexibilidad laboral, como sucedió con Apple, Google o Facebook. Pero ello no podría sentar el precedente de una ‘competencia desleal’ con otros países europeos. Rescatada y con el impuesto empresarial más bajo de la UE (un 12,5% frente a una media del 25% en la UE), a Irlanda se le pedía que no dejase sin tributar los beneficios de estas empresas obtenidos en toda la Unión Europea, sobre todo teniendo en cuenta la perspectiva de una futura unión fiscal.
La Bolsa neoyorquina sube como la espuma estos días. La ‘repatriación’ de beneficios de Apple y la anunciada desregulación en sectores importantes como el de las comunicaciones, no hará sino revisitar las bondades de la conocida como ‘economía del goteo’ (trickle down economics). Su lógica simple es que las ganancias del neofeudalismo corporativo y de los supermillonarios dinamizarán la economía y la prosperidad llegará a todos los ciudadanos. Recuérdese que durante los últimos lustros del siglo XX, los ciudadanos menos gravados fiscalmente en EEUU ‘simplemente’ prefirieron invertir en el sector especulativo financiero -en ocasiones altamente rentable-, rehuyendo otros dominios de la economía productiva generadores, por ejemplo, de empleo. La economía financiera sin regulación pasó, de tal manera, a estar dominada por los intereses de inversores y rentistas.
Entonces, y pese a que la deuda pública estadounidense crecía desbocadamente, los inversores de todo el mundo continuaron comprando los bonos del Tesoro norteamericano y utilizaron mayormente el dólar en sus transacciones financieras. A pesar de que el crack de 2007 es atribuible en no poca medida al propio programa neoliberal de desregulación generalizada, sus ideas siguen gozando de buena salud y de un predicamento doctrinario ahora remozado eficazmente por el capitalismo trumposo. En los momentos duros de la Gran Recesión se anunciaron dificultades terminales para la UE y el Euro estuvo a punto de romperse en el verano de 2012. El nuevo panorama que ahora despunta parece un dejà vu. Europa debería estar al loro.
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